sábado, 16 de marzo de 2013
Estoy agotada.

No he avanzado nada con eso del obsequio para un extraño.

Es que en la mañana llamó Clyde. Dijo "almorcemos, hace una vida que no las veo". Pero como Vilma no estaba, nos fuimos sólo Abel y yo.

Clyde me puso cara de que no estaba convencido cuando le di los mismos detalles que le di a Vilma. Sobre mi invitado, quiero decir. A lo mejor la elaboré mucho, y mi artista lindo es mejor a la hora de ver que estoy inventando.

Pero ahora ya está. Ni modo.



Comimos en la casa de los gatos, obviamente. Pero la vecina con la que tuvieron el problema de los gatos ya no vive ahí; es un poco extraño porque ahora es sólo una vieja historia. Una de tiempos más felices, antes de que yo entendiera que no tengo oportunidad con mi amado niño de ojos de mar.

Eso es algo que le tengo que agradecer a Prudence. Ella fue la que me hizo reaccionar. Pasé años pensando que quizá un día se lo diría, que en cualquier momento él se fijaría en mí. A veces, me divertía imaginando que él estaba sintiendo exactamente lo mismo que yo, e incluso que Vilma por fin lo había convencido de invitarme a salir, y que luego seríamos felices por siempre. A los trece años, eso era la preocupación más tremenda que podía tener. A los quince, la única diversión que me quedaba. Pero cuando entré a la universidad, era un absurdo.

Y aunque sabía que era una tontería, no podía evitarlo. Las esperanzas vanas, las decepciones, los ensayos para confesar mi amor absoluto: Absurdo, inevitable.

Estaba furiosa con los dos cuando Prudence apareció en su vida y él fue por su amor en menos de una semana. Recuerdo haber sonreido. Cambié el tema, y el día siguió como siempre. Pero en cuando llegué al dormitorio, lloré y grité y lo llamé traidor por meterse con una chica estirada: la millonaria que invierte la mitad de su tiempo en rutinas de belleza y que en lugar de pintarse las uñas paga por unas falsas lo que a otros nos falta para comer. La odiaba como odio a todos los que la sociedad llama bellos por su apariencia. La odiaba como odio a todos los que tienen recursos de sobra y los desperdician, o a esos que tienen papá y mamá pero piensan que es más importante quedar bien con los amigos que seguir el consejo de alguien que los ama.

La odié más por que Clyde había decidido amarla. Si hubiera sido Rosita, o Vilma, o esa chica tan bonita y tímida que estudiaba con nosotros en la clase de español... ¿Por que tenía que elegir a alguien que no tenía nada que ver con él?

Sentí terror de verlo convertido en un caballero elegante, viendo a cada rato el reloj y trabajando en una oficina sin ventanas.

Pero el susto pasó.

Clyde sigue siendo el mismo de siempre, y a la estirada le encanta así... excepto cuando no. Lo normal, pues.

Y yo acabé por renunciar al imposible.

Ahora es más fácil ir a almorzar con él. Pero igual me alegro de que no la haya llevado a comer hoy. Sí, en el fondo es buena chica, tiene detalles lindos para Clyde y por lo visto es una artista a su modo, con la ropa. Vilma y yo decimos que es sólo una costurera que cobrará más por hacer menos, pero... yo sólo digo esas cosas porque estoy celosa.

Ir a almorzar con Clyde me dejó cansada. Abel se aburrió toda la tarde mientras yo dormía. Y ahora que ando menos agotada guardaré un par de cosas. Es que por allá me regalaron otra caja.

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